lunes, 7 de julio de 2025

Orgullo Madrid 2025: cuando el marketing eclipsa la lucha

Cada año, la manifestación estatal del Orgullo llena Madrid de color, cuerpos diversos, música, reivindicación y deseo. Es una celebración, sí, pero también una protesta. Un espacio de memoria y de lucha que, en muchos casos, corre el riesgo de diluirse entre vinilos publicitarios y mensajes de marca disfrazados de inclusión.

Las carrozas, aquellas estructuras que antes desbordaban creatividad artesanal, se han convertido en plataformas publicitarias rodantes. Empresas de telecomunicaciones, bancos, cadenas de supermercados, aerolíneas… todas quieren su lugar bajo la bandera arcoíris. Pero no siempre con el compromiso que merece. En muchos casos, no hay una política interna coherente, ni apoyo real al colectivo fuera del mes de julio. Solo presencia, branding y oportunismo.

Y mientras los logotipos bailan en primera fila, muchas de las voces que construyeron este movimiento quedan arrinconadas. Colectivos que llevan décadas peleando en la trinchera social, asociaciones que trabajan en los márgenes, personas que luchan en lo cotidiano por simplemente existir… se ven desplazadas del foco.

Pero hay algo que no cambia, que resiste, que sigue siendo el alma de esta manifestación: la gente que camina. Esa multitud que no sube a carrozas, que no busca escaparate, que viene desde pueblos pequeños, desde lugares donde aún se vive con miedo, desde rincones donde mostrarse sigue siendo un acto valiente.
Vienen en autobuses colectivos, en coches compartidos, se alojan en casas prestadas, ahorran durante meses para poder estar. Y lo hacen con un único objetivo: recordar que nuestros derechos no son un regalo, son una conquista que aún necesita defensa.

Entre esa multitud hay historias invisibles. Personas trans que apenas pueden acceder a un trabajo digno. Familias que luchan contra la LGTBIfobia en los colegios. Mayores que vivieron el franquismo en silencio. Jóvenes racializados que sufren múltiples discriminaciones. Y cada una de ellas carga con su historia como si fuera una pancarta: pesada, frágil y, a la vez, irrenunciable.

No se trata de excluir a las empresas ni de negar su posible aportación. Pero sí de exigirles coherencia. Que no ocupen todo el espacio, que no tapen la voz de quienes verdaderamente necesitan ser escuchados. Que su presencia no se mida en presupuesto, sino en compromiso. Que entiendan que esto no va de marketing, va de derechos humanos.

El Orgullo no puede convertirse en un escaparate de consumo ni en una fiesta domesticada. Porque en un mundo donde los discursos de odio avanzan sin pudor, donde partidos ultras amenazan leyes conquistadas con décadas de lucha, donde aún se asesina, insulta y margina por amar o ser diferente… no podemos permitirnos un Orgullo despolitizado.

Que se celebre, sí. Con música, con baile, con cuerpos libres. Pero también con rabia, con memoria y con conciencia. Y sobre todo, con respeto a quienes, aún hoy, lo dan todo para estar ahí. No en una carroza patrocinada, sino en el asfalto, con las piernas cansadas y el corazón lleno de dignidad.

Porque el Orgullo, cuando es de verdad, no necesita marcas. Solo necesita personas.

Juan Dresán


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