miércoles, 27 de agosto de 2025

Refugiados de primera y de segunda. El drama de los menores.

 


Refugiados de primera y de segunda: la infancia que Europa decide mirar

Europa se vanagloria de ser tierra de derechos, justicia y solidaridad. Se proclama defensora de los más vulnerables, especialmente de la infancia. Pero la realidad desmiente el discurso: no todos los niños que huyen del horror son acogidos con el mismo cariño, ni con los mismos derechos.

La diferencia duele. La diferencia se palpa. Depende del pasaporte, del color de piel y del relato que los medios construyen a su alrededor.

Dos guerras, dos Europas

Cuando estalló la guerra en Ucrania, el continente se volcó. Familias enteras abrieron sus casas. Gobiernos improvisaron programas de acogida inmediata. Escuelas adaptaron sus aulas para recibir a los recién llegados. Las redes sociales se llenaron de mensajes de apoyo. Europa entera se sintió moralmente obligada a proteger a esos niños rubios de ojos claros que huían de un conflicto a las puertas de la Unión.

Y así debía ser: nadie discute que merecían ayuda. El problema surge cuando comparamos esa respuesta con la que reciben los menores que huyen de guerras africanas, del hambre o del terror de grupos armados. Esos niños, que cruzan el Mediterráneo en pateras, no son recibidos con aplausos ni con banderas. Son encerrados en centros saturados, cuestionados en su edad, tratados como sospechosos antes que como víctimas.

La jerarquía invisible del dolor?

Europa, sin decirlo, establece categorías de refugiados. Los ucranianos son bienvenidos; los africanos, tolerados a regañadientes. A los primeros se les ofrecen permisos de residencia exprés, ayudas económicas, acceso inmediato a la sanidad y la educación. A los segundos se les somete a pruebas de edad invasivas, a meses de papeleo, a la incertidumbre perpetua.

¿Y qué ocurre con los menores que huyen de Siria, Afganistán o Yemen? La respuesta es similar: se enfrentan a la misma desconfianza, al mismo muro invisible que separa la empatía blanca de la empatía selectiva.

¿Por qué esta diferencia?

  • Por proximidad cultural: Europa percibe a Ucrania como “parte de nosotros”; África y Oriente Medio, como “otros”.

  • Por racismo estructural: Cuesta admitirlo, pero la piel oscura y la religión musulmana despiertan más recelo que compasión.

  • Por interés político: Proteger a Ucrania es estratégico; abrir los brazos a África no genera rédito.

Historias que no salen en las noticias

Imagina a Fatou, 14 años, que huyó de Mali después de ver morir a su padre. Tras tres meses de viaje, cruza el mar en una patera abarrotada. Llega a una isla europea y lo primero que oye no es “bienvenida”, sino “identificación”. La registran, la aíslan, la internan en un centro donde comparte colchón con otras dos niñas. No sabe si podrá estudiar. No sabe si alguien la quiere aquí.

Ahora imagina a Ania, 14 años, llegada de Ucrania con su madre. A las dos semanas, tiene un piso asignado, una beca escolar, clases de refuerzo, talleres de integración. El barrio organiza una colecta para que tenga libros y ropa nueva. Nadie la llama “mena”. Nadie duda de su derecho a estar aquí.

Ambas son niñas. Ambas han perdido su infancia por culpa de la guerra. ¿Por qué Europa decide que una merece dignidad y la otra, sospecha?

La herida moral de Occidente

Esta desigualdad no es casualidad: es el reflejo de un continente que aún no se ha desprendido de sus prejuicios coloniales. Mientras sigamos considerando que la vida de algunos vale más que la de otros, mientras la solidaridad se base en el parecido cultural y no en la humanidad compartida, no habrá justicia.

¿Qué debería cambiar?

  • Unificar criterios de acogida: no puede haber refugiados de primera y de segunda.

  • Invertir en protección real para todos los menores: alojamiento digno, escolarización, atención psicológica.

  • Cambiar el relato: dejar de hablar de “oleadas” y “crisis” cuando se trata de niños que huyen del horror.

  • Exigir responsabilidades a los gobiernos: la empatía no puede depender del color de la bandera que flamea sobre un pasaporte.

Porque un niño es un niño

Europa tiene que decidir si sus principios son universales o si son simples discursos vacíos. Porque hoy, mientras acogemos con calidez a unos, dejamos a otros tirados en la cuneta del olvido. Y esa cicatriz no se borra con declaraciones, se borra con justicia.

Un niño africano que huye del hambre y la guerra no vale menos que un niño ucraniano. O todos, o ninguno. Ese debería ser el pacto moral.

Juan Dresán

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